martes, 1 de junio de 2010

Relato 1: Aquel día

Viendo que se acerca una época de mucho trabajo y que voy a tener poco tiempo para actualizar el blog, voy a ir publicando poco a poco los relatos ya publicados en Facebook, ya que aquí estarán más ordenaditos.


Aquel día

Dolores

La vida de Dolores tiene un antes y un después marcado por el abandono de su marido. Hasta entonces, había vivido de forma humilde, pero, dentro de lo que cabe, feliz. Se dedicaba a cuidar de la casa y de sus dos hijos, con los que cada domingo iba al parque a comer en familia. Sin embargo, al quedarse embarazada de su tercer hijo, su marido decidió marcharse, temeroso de no poder ofrecer un futuro digno a sus hijos, pero ignorante de que su huida no dejaba nada mejor. La vida de Dolores cambió radicalmente. Se acabaron los domingos en el parque y las tartas de postre que, de vez en cuando, entraban en casa cuando su marido recibía algún dinero extra. Se puso a trabajar de limpiadora y, con gran esfuerzo, sacó adelante a sus tres hijos. El mayor, Julián, era el que más la había ayudado siempre. Empezó a trabajar muy pronto en el taller donde hasta entonces había trabajado su padre, y su sueldo de aprendiz colaboró a pagar facturas. Martín, el mediano, era la gran esperanza de la familia. Licenciado universitario, su madre apenas podía disimular la sonrisa de orgullo que se esbozaba en su cara cuando hablaba de él. Finalmente, el pequeño Sergio era el que más ayuda necesitaba. Se sentía culpable del abandono de su padre y vivía encerrado en su propio mundo. Había abandonado el colegio muy pronto y los trabajos no le duraban más de tres semanas. Las discusiones con su madre y hermanos eran constantes. Aquel día, sin embargo, se levantó de buen humor y aceptó amablemente que Dolores le pidiera que fuera a hacer la compra. Dolores estaba muy cansada, tenía que planchar todo un cesto de ropa y prepararle la comida a Julián, que llegaría pronto del trabajo. Además, quería estar en casa para cuando llegara Martín, que hoy tenía una importante entrevista de trabajo y había posibilidades de que le cogieran. Tras acabar con la plancha, se metió en la cocina y saludó a Sergio, que acababa de llegar con la compra. Cogió las bolsas del súper y repartió la comida en nevera, congelador y armarios. Julián no tardó en llegar y, como no había tenido tiempo a prepararle la comida, decidió prepararle una tortilla rápida. Una tortilla de unos hongos que Sergio había traído del supermercado, quién sabe por qué.

Julián

Ya desde pequeño, Julián fue el hombre de la casa. Tenía apenas 12 años cuando su padre les abandonó, a él, a su hermano y a su madre embarazada. De modo que, sin quererlo, entró pronto en el mundo de los adultos y las responsabilidades. Aquel día, como todos los días, llegó a casa a la una, con el tiempo justo para comer, echarse diez minutos y volver al taller. Su madre no tenía nada hecho, pero le dijo que se sentara a la mesa que en cinco minutos le preparaba una tortilla. Después de comer, se echó en el sofá, pero empezó a sentirse raro y no conseguía conciliar el sueño. Ligeramente mareado y angustiado, salió de casa a respirar un poco de aire. Una vez en la calle, empezó a deambular sin rumbo fijo. Gente con la cara desdibujada pasaba junto a él a toda velocidad. Aparecía gente de todas partes, de repente. Intentaba mirar a derecha e izquierda, pero no conseguía enfocar la vista en nada. Aterrado se agarró a unas coloridas cajas, pero al intentar apoyarse perdió el equilibrio y cayó al suelo. De repente, una mirada a lo lejos se posó sobre él. Un sudor frío le recorrió la espalda de arriba a abajo. Sentía que aquellos ojos se le acercaban y huyó corriendo, sin rumbo fijo, tropezando con la gente. Cuando no pudo más, se detuvo frente ante un coche aparcado a descansar. El corazón le latía de forma acelerada. Sentía que se quedaba sin aliento. Y, cuando se volvió, aquellos ojos estaban ahí. Los tenía prácticamente encima. Tremendamente asustado, se abalanzó contra su perseguidor y ambos cayeron al suelo. Se levantó rápidamente y, al verse las manos ensangrentadas, volvió a salir huyendo.

Martín

Martín era un chico agradable, cariñoso y trabajador. Desde bien pequeño empezó a destacar en el colegio, y tanto su madre como su hermano mayor, a quienes quería con locura, le animaron a proseguir con sus estudios cuando éste quiso dejarlos para ponerse a trabajar y ayudar en casa. Aquel día, hacía apenas unos meses que Martín se había licenciado. Había acudido sin suerte a varias entrevistas de trabajo, pero aquel era su día. Salió agradecido y sonriente del despacho de su entrevistador y, ya en la calle, se soltó el nudo de la corbata y se dirigió rápidamente al metro para volver a casa y transmitir las buenas noticias. Antes de subir a casa decidió pasar por una pastelería y comprar una tarta, como las que su padre llevaba a casa antes de abandonarles. Estaba saliendo de la tienda cuando oyó un fuerte golpe calle abajo. Se volvió hacia allí y vio a un hombre caído frente a un colmado, rodeado de cajas de frutas e increpado por el tendero. Aquella mirada perdida le pareció familiar. ¿No era aquél su hermano Julián? Cuando quiso acercársele, el hombre salió corriendo y se perdió esquina allá. Martín se apresuró a llegar a casa. Además de las buenas noticias, quería comprobar si su hermano estaba bien. Justo antes de llegar al portal, se encontró a Julián tirado frente a un coche. Le llamó varias veces, pero éste parecía no oírle. Se reclinó sobre él y, justo antes de ser empujado violentamente contra el suelo, tuvo tiempo de apreciar los ojos más aterrados que jamás había visto.

Sergio

El día que nació Sergio, su padre no estuvo allí para verlo. Se había marchado de casa unos meses antes al saber que su mujer volvía a estar embarazada. Si apenas podía mantener a dos hijos, ¿cómo iba a mantener a un tercero? Así que, incluso antes de nacer, tuvo que cargar con la responsabilidad de haber destrozado una familia. Y a esa responsabilidad atribuía su fracaso escolar, las continuas discusiones con su madre y la relación fría con sus hermanos. Aquel día se levantó tarde, como siempre, y salió para reunirse con el amigo de un conocido que iba a proporcionarle una bolsa de setas alucinógenas con las que pretendía “irse” de viaje el sábado por la noche con sus amigos. Antes de salir, su madre le pidió que hiciera la compra y le dio dinero para ello. Al llegar a casa, se metió en la cocina, se sirvió un vaso de agua y se sacó del bolsillo la bolsa de setas para contemplarla. Tan absorto estaba en su bolsa que no se dio cuenta de que su madre entraba a la cocina. Cuando quiso reaccionar, sólo tuvo tiempo de meter las setas en una de las bolsas de la compra. Una llamada de móvil sacó de la cocina a Sergio, que buscaba algo de intimidad. Tras colgar, volvió a la cocina a buscar las setas, pero su madre lo había guardado todo ya. De forma discreta, miró en armarios, nevera y bolsa de basura, pero no encontró nada. Su madre le preguntó si le ocurría algo, pero Sergio nerviosamente dijo que no. Volvió a su habitación desesperado, recorría el pasillo arriba y abajo, pendiente de si su madre salía de la cocina para entrar y buscar a conciencia. En una de sus idas y venidas, percibió que la puerta de la calle estaba abierta. Se acercó a ver qué pasaba y no vio nada, aunque enseguida comprobó que Julián se había marchado sin despedirse. Su madre no sabía nada, así que decidieron llamarle. Pero Julián no contestaba. Al poco, un gritó desgarrador procedente de la calle llevó a madre e hijo hasta el portal, donde a pocos metros yacía Martín sobre un charco de sangre. Junto a él, había una caja de cartón con una tarta intacta dentro y unos papeles que parecían ser un contrato de trabajo.