sábado, 10 de septiembre de 2011

Los sueños, sueños son

A continuación, reproduciré fielmente (dentro de la fidelidad que el mundo onírico permite) el sueño que tuve ayer. Lo más curioso es que fue en italiano y que no me desperté a mitad del sueño porque no me salía alguna palabra, cosa que me sucede a menudo...

Un traductor pasa por delante de otro traductor al que, al parecer, idolatra. Se arma de valor y decide hablar con él. “Hola traductor, he pasado muchas veces por delante de tu portal y nunca me había animado a hacer lo que estoy haciendo ahora, que es dirigirme a ti para mostrarte mi admiración y preguntarte cuál es tu secreto para realizar con tanta maestría tu trabajo”.

El traductor idolatrado, lejos de sentirse halagado, le responde así: “Puede que en efecto hayas pasado muchas veces por aquí y no te hayas atrevido a hablarme, o puede que en realidad sea la primera vez que cruzas ante mi portal, me hayas visto por casualidad y hayas decidido preguntarme por mis secretos para que te facilite el trabajo. Sea como sea, no voy a revelarte ningún secreto, porque muy posiblemente lo que hago es lo mismo que haces tú y, al contártelo, te darías cuenta de que no hay nada en mí digno de admiración. Tú te marcharías decepcionado y yo me quedaría sin un seguidor de mi trabajo”.

A partir de aquí, el discurso buscaba símiles para explicar la situación. Igual que el conquistador pierde el interés por la conquistada tras haber logrado la conquista, igual que la ilusión por conseguir un triunfo es inversamente proporcional a la satisfacción de haberlo conseguido, descubrir que un ídolo no es más que una persona que sabe hacer bien una cosa (y, a veces, ni eso) nos provoca cierta decepción.

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